Las personas que vivimos en los países democráticos estamos orgullosos de haber conseguido unas sociedades libres, justas, y plenas de valores de respeto a las ideas de los demás, a las costumbres de los demás y a las formas de entender la convivencia de los demás, en fin, una sociedad democrática.
Pero, al igual que los seres vivos padecemos enfermedades, una sociedad también puede enfermar en su conjunto y llegar incluso a su muerte y desaparición; en la historia tenemos muestras más que abundantes de ello. De entre todas las enfermedades, es (en mi opinión) el progresismo la más virulenta y letal para todas las sociedades que basan su sistema de convivencia en la libertad individual de las personas.
La historia española de los últimos treinta años es un claro exponente de cómo el virus progre ha cambiado nuestras vidas y de cómo ha infectado la sociedad democrática de nuestro país hasta convertirnos en la nada que somos actualmente como nación. Su forma de actuar queda clara con la perspectiva que da el tiempo, sin prisas, paso a paso, lo único importante es el objetivo final.
Para participar en la transición española, tras la muerte de Franco, vinieron a nuestro país los representantes, en aquel momento, de las fuerzas progresistas: Santiago Carrillo por el partido comunista y un desconocido Felipe González en representación del socialismo. En aquellos momentos el objetivo principal del virus era integrarse en el cuerpo a infectar pasando lo más desapercibidos posible. Para ello no dudaron en renunciar a sus postulados republicanos; acataron la monarquía parlamentaria como forma de gobierno, aceptaron la bandera nacional con el nuevo escudo renunciando al trapo tricolor que les representaba. Algún tiempo después el partido socialista renunciaba también a sus postulados Marxistas. Que listos: se firma lo que haya que firmar y se renuncia a lo que sea menester para conseguir el primer objetivo del virus. Gobernar.
Cuando en el 1981 el partido socialista gano las elecciones con mayoría absoluta, la primera fase de la infección estaba conseguida. El virus se puso inmediatamente a trabajar para infectar órganos vitales de la sociedad y así la expropiación de RUMASA consiguió lo que se proponía; el acojonamiento y sumisión de todos los componentes económicos y empresariales del país. Siguieron las purgas en los mandos del ejército. Después le toco a la justicia con el cambio de normas de elección de los miembros consejo general del Poder Judicial. Con todo lo más letal con el tiempo fueron las sucesivas leyes de educación que fueron corrompiendo a los miembros mas jóvenes de la sociedad, adoctrinándolos en la forma progresista de ver la vida desde la escuela hasta la universidad; sin valores, sin educación, sin creencias. Masas obedientes totalmente incapaces de pensar por sí mismas. Con este panorama corromper todos los sectores que pudieran crear opiniones contrarias (anticuerpos) entre la gente fue coser y cantar y así fueron cayendo una a una; la cultura, la prensa, el cine, las televisiones. Salvo honrosas excepciones se ha conseguido el pensamiento único.
El virus del progresismo está alcanzando sus últimos objetivos de destrucción. Al igual que hace el virus del sida en los humanos el virus progre facilita la entrada en el organismo de otros que no tienen nada que ver con él, salvo la voluntad de destruir el organismo vivo (nacionalismos).
Treinta años después nos encontramos una sociedad española (no se si aún se le puede llamar española), enferma terminal y ya fácilmente manejable por las izquierdas para aceptar lo que en los años 80 era inaceptable; La independencia de algunas de sus regiones, el cambio de bandera e himno, y la republica. Y la corona, ¿Qué dice a todo esto? ¿Nada? Bueno, pues si no dice nada se le acaba el tiempo antes del exilio. ¿Creen que exagero?
Para finalizar les diré que no hay cura para nuestra sociedad actual. Para poder sanarla habría que hacer lo mismo que ha hecho el virus en el tejido social, pero a la inversa. Y hoy por hoy eso es imposible.
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