sábado, 26 de julio de 2008

EL REY LEON

No acierto a entender que esta pasando. Estoy desconcertado, perdido, sin saber como actuar.

Cuando yo nací, las reglas estaban claras, mi padre era el rey respetado de la manada y se encargaba de defender nuestro territorio. Mientras, mi madre y demás leonas cazaban para alimentarnos a todos, a la vez que cuidaban de los cachorros. Todo funcionaba a la perfección.

Desde que asumí el reinado en la manada, he intentado gobernar con la sabiduría de mí padre, y cumplir y hacer cumplir las reglas heredadas a través de los tiempos de nuestros ancestros y que nos han permitido ser los reyes indiscutibles y respetados de todos los animales de la sabana.

Pero desde hace varias épocas de lluvias, algo está ocurriendo que no acierto a comprender. Todo empezó cuando Leonina (la hembra dominante), me preguntó el porque se tenían que encargar ellas solas de parir, cazar, alimentar a los machos y a los cachorros mientras nosotros nos dedicábamos todo el día a dormitar espantando las moscas, a pasear meando aquí y allá para marcar el territorio, a comer lo que ellas cazaban y a follar cuando nos apetecía. La pregunta me pilló desprevenido y no supe que contestar, -pues porque… porque… así ha sido siempre ¿no?- Balbucee. Leonina continúo: - Pues que sepáis que las cosas van a cambiar, de ahora en adelante si no nos ayudáis en la caza y en el cuidado de los cachorros, se acabo el comer sin dar golpe y sobre todo se acabo el sexo-. Por el gran Rey Felino III, ¡se habían vuelto locas!

Al mismo tiempo comencé a observar un extraño comportamiento entre los machos de la manada. De la noche a la mañana se puso de moda atravesarse las orejas, la lengua o el hocico con huesos, pintarse el cuerpo con dibujos extraños o untarse de barro la cara por las noches y por las mañanas en un raro ritual incomprensible para mí.

Pero con todo, lo peor estaba por llegar. Esta mañana, nada más salir el dios sol, un gran revuelo de rugidos me hizo despertar sobresaltado. Salí corriendo pensando que algún peligro se cernía sobre la manada, y al llegar al lugar y ver el motivo del alboroto comprendí enseguida la gravedad de la situación. Allí estaba Leoncio -un macho joven- con todos alrededor de él; unos emitiendo rugidos de aprobación -los más jóvenes-, otros de rechazo –los mas adultos-, y otros, los más, de indiferencia. No podía creer lo que estaba viendo. Mi padre, –el gran rey Leonidas IV- no me había preparado para esto. Leoncio, durante el reinado de la luna, se había quitado todo el pelo del cuerpo, si, incluida la melena. Por todos los antepasados, ¡un león sin su melena! Pero, ¿que esta pasando?

Las hienas nos han perdido el respeto y pasan a nuestro lado emitiendo risas humillantes. Las cebras y los antílopes nos plantan cara cuando salimos de caza.

Creo que no he sabido gobernar. Mi padre debe estar avergonzado de mí. Gran rey Leonidas… padre… ayúdame.